¿Recuerdas esos te quiero susurrados en el oído? A penas audibles, como primer hervor de la mañana.
¿Recuerdas como tu espalda se arqueaba? Para recibir la primera caricia del día. El primer beso en la nuca. Con suaves dedos recorría su longitud hasta llegar a la base de la misma y acariciaba la redondez de tu suave culo. Olía tu piel y olía a dulce, olías a mis besos. El olor de mis sábanas impregnado en tu cabello. Olías a mi sexo que una vez más ansiaba batallas. Sentía el etéreo sueño irse poco a poco y darle paso a los sonidos mullidos de las sábanas.
¿Recuerdas todo eso?
Recuerdo la ansiedad de poseerte, no querer que te marcharas. Recuerdo la lucha de soltarte con una sonrisa y ocupar mi soledad en otras cosas. Esperaba tu regreso con anhelo inconsciente. Disfrazado de paseos, cafés y trabajo. Ejercicio, caminatas y cine. Con amigos y uno que otro flirteo. Con el oleaje distante, entre graznidos de gaviotas y en otras ocasiones de cuervos. De pronto llegabas, yo subiendo escaleras y tu sentada en los últimos peldaños de mi rellano. Me percataba de lo mucha falta que me hacías.
El día que te dije que me iba; me pareciste fría, desinteresada y no caí en cuenta que solo era una fachada. Ese día al despedirte me dí cuenta que te desmoronabas; conteniendo lágrimas y un sollozo ahogado dijiste que no me marchara, que esperara solo un par de días.
Los días se volvieron semanas y luego meses. Mi corazón frío, dolido y mi ego retorcido te detestaban. Pero mi memoria te acariciaba, mi piel te mimaba. De mis largos andares por la ciudad; triste y enojado; llegué sin darme cuenta al cementerio que tan bien conocías. Que tanto te gustaba por los muchos años de tener que visitarlo de la mano de tu madre. Y ahí al darme vuelta leí tu nombre en un sepulcro frío, gris y triste. Abandonado y sin flores donde abajo de tu nombre una sola frase se leía:
No me visites más de la cuenta, que ya estoy muerta.