La puerta de la habitación se abría. Algo oscuro reptaba hacia los pies de su cama. Se acercaba y tocaba sus dedos mientras ella le decía “Ni se te ocurra”. La cosa se quejaba y corría en cuclillas hacia su cabeza. Los ojos brillantes la miraban a los ojos y la mano trataba de tocar su cara. Pero ella lo observaba llena de miedo. El monstruo subía a la cabecera de la cama y mientras trepaba, veía como el cabello largo cabello de la cosa extraña rozaba su cara. Esos ojos brillantes nuevamente viendo desde arriba. Y en su cuello la más extraña banda con bordados extraños. Dorada. Como el oro.
Despertaba gritando, ese sueño no la dejaba, a pesar del tiempo de tratamiento y la vida nueva. Para ella su vida había comenzado en aquel psiquiátrico. Cuando un doctor abusaba de ella, en ese estado catatónico, atada. Despertó al escuchar “ese collar te sienta”. Su mente reaccionó con toda la furia para sacar a su cuerpo de ese deplorable estado. Gritó y el doctor asombrado, no supo que hacer y le propinó un bofetón. Su mente se nubló y al apaciguar su ira, observó que casi mataba al doctor. A punto de quebrarle el cuello, lo soltó y se arrinconó. Gracias a ese incidente había regresado a la consciencia. Después de un año de terapia y pláticas la revaloraron y permitieron que saliera. La metieron en un plan de inserción a la sociedad y cada semana tenía que ir al psiquiatra. Ella cumplía cabalmente cada miércoles su cita. Sin excusas y un café en la mano se presentaba.
Desconocía su vida y no buscaba encontrar quien era. De alguna manera sabía que la respuesta llegaría sola. Después de meses de tener ese sueño, la respuesta llegaría pronto. Eso ella no lo esperaba.
Sentada en una banca, admirando el frío y el silencio del lugar. Sintiendo que era libre sin saber por qué, llegó una mujer. Caminando, asombrosa. Se sentó junto a ella y se sintió extrañamente cohibida. No sabía bien de donde salía ese sentimiento. Ella comenzó hablando como si nada con ella. Y comenzó a sentir el calor de la confianza. Su voz era suave y melodiosa. La hacía sentir tranquila. Que hermosa sensación esa. Se hicieron “amigas” y esa amistad varió un día.
Sentadas viendo una película, su amiga la rodeo con un brazo y se acomodaron cuál pareja. Comenzó a besar suave su cuello… El olor de su amiga era florar mientras ella era dulce. Suaves y expertos labios recorrían su cuello, el lóbulo de su oreja era deliciosamente mordido, mientras las manos suaves y expertas desabotonaban su blusa. Introdujo una mano bajo su ropa interior. Atrapando un pezón entre sus dedos largos. Gimió y sus aromas estaban exaltados. Su dulce amiga, comenzó a bajar su mano, sin dejar de besar su cuello y sus hombros. Acarició las curvas suaves de su pecho, las puntas erectas de sus pezones, recorrió su ombligo, su vientre y llegó hasta el botón de sus pantalones, hábilmente desabotonándolo y bajando el cierre. La tenía desnuda y a merced de sus manos. Ella a su espalda sentía los pechos duros de su amiga. Los besos y caricias suaves seguían. Mientras su boca lamía su cuello y atrapaba con dientes la piel de sus hombros. Sus manos encendían la piel de su cuerpo liberando humedades que ella desconocía. Una mano jugaba con sus pezones, mientras otra se escondía entre sus piernas. Comenzando a jugar con sus dedos. Ella gemía, suave, deliciosa mientras pensaba que eso debería ser el cielo. Su amiga, jugó con ese suave y erecto clítoris. La suavidad entre dos mujeres que conocen el cuerpo es incomprendida por los hombres. La llevó al éxtasis solo con suaves roces, la hizo gritar y dejó correr los caudales de la excitación. De las ganas acumuladas por años. Cuando terminó exhausta volteó con ella y comenzó a besarla y la miró salvaje. Su amiga sonreía complacida y le dijo “Esa mirada es la que quería”. Su besaron por fin, probó la boca sabor fresa de ella, que delicia. Su aliento fresco y su lengua caliente. Mordió fuerte el hombro de ella, su amiga lanzó una carcajada que por un momento le causó escalofríos. Bajó y atrapo un pezón rosado, como una flor, duro, esperando ansioso por su boca. Succionó suave y luego fuerte, lamió, jugando con la punta. Su amiga estaba gimiendo fuerte. Pidiéndole por más. Mientras jugaba con un pezón en la boca una de sus manos apresó el otro entre los dedos y pellizco fuerte. Escuchó el siseo de boca de su amiga, instigándola a ser más dura. Así que apretó más fieramente y con su boca mordía la punta del otro. La mano libre que tenía. Bajo y tocó la hendidura húmeda que escondía la vulva adornada por el clítoris duro y ansioso. Sintió la humedad de su amiga y mordió y pellizco más fuerte. Sintiendo como clavaba sus uñas en la espalda. Introdujo dos dedos para provocar un gemido profundo y soltó el pecho de ella, bajando hasta llegar con su lengua a tocar la entrada del cielo. Lamió suave desde el orificio vaginal hasta el botón de alaridos. Muchas veces suave, recorriendo todo el camino. Sus dedos dentro de ella estimulaban hasta los gritos. La sentía removerse salvaje, pidiendo que la tratara más duro. Y sin saber realmente por que mordió fuerte el clítoris de ella mientras sus dedos arremetían duro en ella. Su amiga gritó de placer y entre alaridos le rogó por hacerla doler. Siguió lamiendo y mordiendo, los dedos fustigando sus entrañas y cuando la supo a punto. La soltó, retirándose. Su amiga, suplicaba, le dolía. Le rogaba y ella solo atinó a dirigirse a la cocina por la pala con la que removía los guisados que luego cocinaba. Cuando regresó. Su amiga brillaba. Le ordenó “Voltéate”. Su amiga obediente se acostó boca abajo y mientras ella la observaba sin saber cómo había llegado a esto. Sin mucho pensarlo, azotó la pala en sus nalgas. Roja la marca en la piel blanca. Para luego acariciarla entre besos y lánguidas lenguas. Volvió a azotar y lo peor de todo es que disfrutaba los grititos ahogados de su amiga. Lo hizo tantas veces que la piel se hinchó y cuando percibió lágrimas en ella, se acercó a mirarla y la besó, profundo. Teniéndola a su merced, volvió al juego de su lengua, labios y dientes en su entrepierna. Estaba hinchada y adolorida y maullaba por terminar. Lloraba, diciendo “duele, por favor”. Esas palabras la llevaron a sonreír y sin decir palabras comenzó a lamer y morder intercaladamente mientras sus dedos estimulaban más ese punto dentro de ella. En cuestión de nada, terminó, explotando en un te amo.
Horas después las dos dormían satisfechas, abrazados con los aromas mezclados. Entre flores y dulce la habitación silenciosa se oscurecía. Fue la primera noche que ella no soñaba con ese monstruo. Así fue durante meses. Llevaban una amistad esplendorosa, llegó un punto donde las dos comenzaron a vivir juntas. Todo iba perfecto. Ella pensaba que tal vez por eso durante años nunca permitió la seducción de los hombres, pensaba que antes había tenido una pareja igual a ella. Había momentos en que comenzó a anhelar recordar que había pasado en su vida. Así que un día como por arte de magia…
Llegó a casa y ella ya estaba esperando, en el ambiente se olía el aroma de comida. Pensó “Que linda, preparó la cena”. Pero en el ambiente se olía otra esencia, más fuerte, más masculina y eso la extrañó. Cuando llegó a la sala ahí estaba. Guapo, masculino, extremadamente atractivo y despedía ese olor que a ella la ponía nerviosa. Algo le recordaba. Algo entre bueno y malo. No sabía definir, sin embargo no se sentía celosa o amenazada en su relación. Salió su amiga de la cocina y los presentó. Un nombre fuerte. Durante la cena hablaron de todo y se sintió todavía más femenina con él entre ellas. La sobremesa en la sala y el vino, los hizo sentir más cómodos, pero en cuanto su amiga la comenzó a besar frete a él, sintió un hormigueo extraño. El miraba hambriento y aflojó la corbata y desabrochó el botón del cuello de la camisa. Su amiga la instigaba a ser como si no estuviera. Ella no podía. Lo observaba de reojo. Tomando un whisky y ya descalzado, sentía como la devoraba con la mirada, a ella no a su amiga. Algo extraño había. Dejándose llevar por el vino en su cabeza, la tenue luz de la sala, las ganas del cuerpo de su amiga y sus exigencias de dolor, lo olvidó por un momento. Dentro de sus juegos tortura, escuchó la voz fuerte y precisa de él “Pega más fuerte”, ella no podía evitar obedecer. Y así el dirigió cuál orquesta la escena de placer. Las miraba, las observaba y dirigía. Momentos precisos y logró que el placer y el dolor se acrecentara. Sintió todo ese placer que tenía entre manos, el que daba, el que recibía y el dolor que prodigaba. Pero su mente se aclaró cuando en un momento de reflexión se dio cuenta de que él era el que llevaba el control. Ese momento de extremo placer al que estaba siendo guiada por la lengua experta de su amiga. En ese momento, él se levantó y la besó profundo ahogando el gemido de placer divino al que llegaba. Sin darse cuenta el apretó su cuello y el placer creció y se prolongó. El horror vino después.
Sonriendo con la reminiscencia del placer escuchó entre los besos de ella y las caricias de él, “Esté collar te sienta bien”. Abrió grandes los ojos, pero él la tenía presa. Y en su cuello colocó un hermoso collar de piel, forrado en tela dorada, con bordados exquisitos en rojo y ocre.
- No vuelvas a huir. No sabes lo sufrimos sin ti. No eres reemplazable. Eres perfecta, lo sabes. Para mí, para ella. Nosotros tres somos y seremos siempre uno.
La puso frente al espejo para que se admirará. Observó su figura exquisita, su piel dorada en perfecta armonía con el collar, que embonaba perfecto en el cuello. Era hermosa, lo aceptaba. Pero su miraba difusa y perdida solo lloraba, deseando, anhelando.
Ojalá no hubiera despertado en el psiquiatríco.