lunes, 1 de junio de 2015

Perdida

Sentado en el autobús, miro con tristeza mi huída, como rata que huye de barco hundiéndose.  Yo me di por vencido, buscarte todos los días con la mirada, con las palabras, con los recuerdos y las caricias. Tú gritabas, desaforada, perdida. Te contaba los cuentos que inventaba y eso te calmaba. Hasta que cada vez era más difícil volver a encontrarte. Donde los cuentos tenían que ser cada vez más escabrosos para que tu aparecieras. Entiendo la fortaleza de los que aman y la depresiva mirada de los vencidos. Y yo tenía ambas. Todas esas pastillas sin funcionar. Todas esas pesadillas que gritaban tus ojos.  "Monstruo", gritabas. Sin saber que tú, poco a poco, te volvías uno. La almohada sobre el rostro, la asfixia con tus manos, el cuchillo en mi brazo, el veneno en la comida. Etapas avanzadas de tu desesperación. Hoy fue el final para mi. Desaparecer de noche para tenderme una trampa en un callejón oscuro de esta ciudad, para acercarme a ver que estabas devorando la carne de un hombre al que habías asesinado. Que miraras mis ojos y dijeras: "este eres tú, amor". Tu risa acuosa llenando mis oídos y mis ojos. La sangre corriendo entre tus dedos; y a pesar de todo me acerqué. Te puse la gabardina, levantandote poco a poco. Te dejaste guiar perdida y en casa te bañé y acicalé. Puse tus pastillas en el agua, en la sopa caliente, en el pan. En el último bocado estabas somnolienta a punto de caer. Sostuve tu té de menta y te vi desaparecer.
 
La lluvia tiene esa fría manera de atenazar mi corazón. Distingo una pareja y un paraguas a través del cristal empañado y el corazón me brinca de dolor. Me pregunto si te habrán encontrado ya.