Escuchaba tu gritos con calma, sin perder los estribos como otros. Vigilé cada una de tus amarras para que no te lastimaran. Cuidé que tomaras tu medicina, que cortaba tu inspiración y muchas ocasiones dejé que estuvieras despejada. En secreto de noche iba a tu lado para escuchar los cuentos que imaginabas. Dentro de ellos me contabas tu vida. Transcribí cada uno de ellos y un día guardaste silencio; no hubo mas historias, anécdotas, mucho menos cuentos. Me miraste y con calma me pediste que te cremaran. Me diste un nombre, una dirección y un paquete de cartas sin enviar. Sabías lo mucho que yo te adoraba; como un devoto a un santo milagroso. Durante todo este tiempo pude tocar tu piel amielada y mantener tu cabello negro y reluciente. No necesitabas maquillaje, solo limpieza. Pude ver la sangre de tus entrañas mes a mes. Siempre te mantuve tan acicalada, que algunos dudaban que tu razón se hubiera perdido. Te dejaron escribir al ver que no te suicidabas y era un calmante tener una pluma en tu mano. Todos los días durante varios años fui tu carcelero, tu amigo y tu admirador consagrado.
El día que falleciste sin razón clínica aparente; renuncié. Sin ti no había razón de vivir en ese nido de locuras. Me dirigí a la dirección que me diste.
Entendí porqué lo amabas a los pocos días de observarlo. Era dulce y dedicado con los seres humanos; mucho más con los que amaba. Su esposa es muy parecida a ti. Tienen un hijo recién nacido y luego la vi. Tú, tu hija, un retrato tuyo. Me entró rabia pensar que nunca te visitaban. Ira, pensado que eso podría haberte ayudado. Me fui.
En la barra de un bar, un poco más calmado pensé y analicé. En tus cuentos nunca mencionaste ausencias dolorosas. A veces soltabas lágrimas resignadas.
"¿Y yo quien soy para juzgar sus acciones? Si a la que adoro es a ti"; me dije.
Regresé en uno de esos momentos donde él se quedaba solo en casa con tu hija. Tome aire y coraje para darle tu carta y la urna. Toqué el timbre y al abrir, me miró de pies a cabeza; como reconociendo algo de ti en mi. Fue amable y me invitó a pasar. Me sorprendió ese acto de confianza. Sentados en su sala con un vaso con agua en la mano, yo estaba nervioso. No sabía como empezar.
- ¿Sabes? Eres el estilo de hombres que ella atraía al caminar y sonreír. Hombres grandes y sumamente masculinos. Como osos. Protectores y obsesivos.
Yo guardé silencio ante tal revelación.
- Era natural, pero uno de ellos le quitó la razón. Cuando la encontraron y me la devolvieron estaba rota, y ni todo mi amor por ella la arregló.
Me estaba contando como es que llegaste al lugar donde te conocí. No sabía que decir.
- Guardó silencio durante 8 meses. No conseguí que abortara; se negaba con rabia. Cantaba nanas en las noches antes de dormir y al cabo de un tiempo terminé aceptándolo.
Te amaban, te aman. Alguien te ama tanto que me produce satisfacción pensar que no soy el único que sabe de la belleza que eras. Que hermoso ser amado así.
- Es idéntica a ella. Fuerte, sana, hermosa. Después que nació; me pidió recluirla y que no la visitara. Han pasado 10 años. Eres lo primero que sé de ella.
Tomé valor. Le extendí tu urna y la carta. Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando te tomó. Le dio un beso a la urna y leyó. Cuando terminó y me miró; su hija bajaba las escaleras y abrazó a su padre. No preguntó nada y él no dijo nada. Ese entendimiento entre ambos era envidiable. Se miraron sonrientes y le extendí a tu hija el paquete de cartas que no le enviaste. Y como muestra de mi amor hacia ti; le dí los cuadernos con todos los cuentos que me contaste. Ver sus ojos iluminados de ilusión y expectativas fue la mejor recompensa. Me levanté y me fui dejándolos contigo, con tu memoria. Cerré la puerta y por un segundo me pareció verte sentada junto a ellos. Sacudí la cabeza y ya no estabas.
Sentado en el auto sin saber que más hacer; me quedé un par de minutos observando la casa. Entonces lo vi. Estaba seguro que era él. Vigilaba. Los observaba, no, la observaba a ella. En ese momento supe para que me habías enviado.
La última palada y yo estoy al borde de mi resistencia. Cuatro metros bajo tierra y dudo que lo encuentren. Afortunadamente nadie me podrá culpar. Tu hija esta bien, tu esposo agradecido y yo; bueno yo estoy por morir. Tal vez te llegue a ver pero nunca creí en nada después de la muerte; así que solo imagino tu presencia. Me estas contando un cuento.
"El oso alguna vez estuvo encadenado de pequeño; soñando ser libre. Una noche logró escapar de sus crueles captores pero antes desgarró sus cuellos. Así comenzó su vida, como el nacimiento mismo. Entre sangre y vísceras".